“In depression... faith in deliverance, in ultimate restoration, is absent. The pain is unrelenting, and what makes the condition intolerable is the foreknowledge that no remedy will come, not in a day, an hour, a month, or a minute. It is hopelessness even more than pain that crushes the soul.”―William Styron
En fechas recientes descubrí que existe un Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud. Los Consejos Pontificios son órganos de la Curia Romana, integrados por clérigos y laicos, cuya función es el estudio de las materias relacionadas con aspectos concretos de la doctrina o del gobierno de la Iglesia.
En concreto, el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud creado por Juan Pablo II en 1985, es el único consejo con una tarea específica por razón de la materia y de las personas (profesionales) a quienes va dirigido. Por una parte su creación se justificó en la necesidad de afrontar la función de la medicina en la sanación de los enfermos, pero por otro ha servido también para mantener unida a la Iglesia en la doctrina sobre la sexualidad, prevención del embarazo, eutanasia y política del tratamiento jurídico del aborto.
En concreto, el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud creado por Juan Pablo II en 1985, es el único consejo con una tarea específica por razón de la materia y de las personas (profesionales) a quienes va dirigido. Por una parte su creación se justificó en la necesidad de afrontar la función de la medicina en la sanación de los enfermos, pero por otro ha servido también para mantener unida a la Iglesia en la doctrina sobre la sexualidad, prevención del embarazo, eutanasia y política del tratamiento jurídico del aborto.
Respecto a los temas relacionados con la salud mental, las Actas de la XVIII conferencia internacional promovida y organizada por el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud se centraron en La Depresión (Noviembre 2003, Ciudad del Vaticano), y puedes consultarlo en abierto aquí.
Todo ello se produce en un contexto en el que cada vez atrae más atención el concepto de espiritualidad y su relevancia en distintas enfermedades, tanto mentales y físicas (ver gráfico). La Royal College of Psychiatrists, el National Institute for Health and Care Excellence (NICE), y la American Psychiatry Association (APA) han dedicado monografías al tema.
En el caso concreto de la depresión, el tema presenta particularidades especialmente interesantes como las ideas de culpa, el suicidio, la pobreza, etc.
Entre los ponentes, el Santo Padre Juan Pablo II, cardenales de diversos países, y un grupo numeroso y heterogéneo de profesionales de la salud mental:
- Prof. SALVADOR CERVERA-ENGUIX Catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Navarra. Pamplona, España
- Dr. B. SARACENO Director del Departamento de Salud Mental y Dependencia de Sustancias Organización Mundial de Salud Ginebra, Suiza
- TONY ANATRELLA Psicoanalista y especialista en psiquiatría social París, Francia
- MARIANO GALVE MORENO Psicólogo, Zaragoza, España
- Dr. BENGT J. SÄFSTEN Departamento de Medicina Interna Hospital Universitario (Akademiska sjukhuset) Upsala, Suecia
- Prof. ADOLFO PETIZIOL Presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social
- Prof. AQUILINO POLAINO-LORENTE Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense. Madrid, España
- Dra. FIORENZA DERIU Investigadora social, Universidad “La Sapienza” de Roma
- Dra. ROSA MEROLA Psicoterapeuta, Asesora psicóloga del Ministerio de Justicia, Roma
- Prof. MASSIMO ALIVERTI Neuropsiquiatra, Profesor de Historia de la Medicina en la Universidad de Estudios de Milano-Bicocca
- Dr. DOMINIQUE MEGGLÉ Médico Psiquiatra, Presidente de la Confederación de habla francesa de las Terapias Breves, Francia
- Dr. DANIEL CABEZAS Psiquiatra, Hospital Fatebenefratelli, Isola Tiberina, Roma
CARLOS AMIGO VALLEJO nació en Valladolid en 1934, hijo de médico, y primo del psiquiatra y escritor Juan Antonio Vallejo-Nágera, Abandona los estudios de Medicina, para ingresar en el noviciado. Ordenado sacerdote en 1960, cursa estudios de Filosofía en Roma, y estando destinado en Madrid, estudia y se licencia en Psicología al tiempo que ejerce de profesor en centros de educación especial. También obtiene la licenciatura de Teología e imparte clases de Filosofía de la Ciencia y de Antropología. Fuera del entorno eclesiástico es miembro de las Reales Academias de Medicina, Buenas Letras y Bellas Artes de Sevilla
Carlos Amigo Vallejo |
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¿Cómo se puede ayudar espiritualmente al enfermo deprimido? ¿Qué decir a su familia? ¿Qué apoyos pastorales ofrecer a unos y a otros? Serán imprescindibles algunos conocimientos mínimos para saber que se trata de una verdadera enfermedad, distinta de lo que puede ser un pasajero mal momento, un decaimiento de ánimo.
Ahora bien, el acompañamiento espiritual y pastoral de este tipo de enfermos, no puede derivar en una especie de terapia sustitutoria. La acción pastoral no es para “curar”, sino para saber llevar la cruz ... Lo demás vendrá por añadidura y estará en manos de Dios y de expertos facultativos médicos y psicólogos profesionales.
Estos enfermos son hijos de Dios y hermanos nuestros. Tenemos que intentar comprenderlos, aceptar su realidad personal aunque nos duela. Siempre que hablamos de los enfermos ponemos junto a ellos al entorno que les rodea, sobre todo a la familia de este enfermo, que está especialmente necesitada de comprensión, de apoyo espiritual, de ayuda de todo tipo.
Enseguida habrá que decir también que la depresión no puede presentarse, en forma alguna, como si fuera poco menos que un castigo de Dios, una especie de lepra interior que va haciendo caer la carne de la vida pedazos, como consecuencia de no se sabe qué extraño pecado cometido. El sentimiento de culpa no es infrecuente en este tipo de enfermos.
Pero no es fácil que el deprimido exprese ese estado de ánimo. Ha perdido la voluntad. En los casos extremos, hasta para hablar. En el fondo de un estado depresivo parece que hay un indefinido y agobiante miedo a vivir, a la vida. Suele decirse que mientras hay esperanza hay vida. Aquí faltan las dos cosas: la calidad de vida personal está por los suelos; la esperanza ha desaparecido.
ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL
Nuestro cometido como directores espirituales es acompañar y cuidar de estas personas deprimidas de una manera espiritual, ayudándoles a vivir la vida de la gracia, de la fe, del Espíritu que hay en ellas. Y poniendo en ejecución aquellas acciones pastorales más adecuadas para “evangelizar” al deprimido. Es decir: para poner a Cristo como levadura de curación en su vida, para que cambie por completo la masa de una existencia tan deteriorada.
Ante la enfermedad y el sufrimiento, el hombre, más que mirar a Dios, se queja de Dios, incluso le atribuye el propio mal: ¿Por qué me has tratado así? ¿Por qué me ha castigado Dios de esta manera? Dios es más que una idea, es Alguien muy presente en la vida, aunque uno no se haya percatado de esta cercanía e intimidad.
Curarle como a un enfermo. La enfermedad y el dolor pueden ser como una pared que separa de Dios, al que se acusa de ser el causante del mal. La enfermedad provoca un enorme quebrantamiento personal, no sólo aflige a la persona, sino que la esclaviza. La saca de sí misma y la convierte poco menos que en un objeto en manos de los demás, de los que depende, de quienes lo tiene que esperar casi todo. Se ha perdido la propia autonomía, el ser uno mismo. Una experiencia nueva y ciertamente penosa es la de la enfermedad. Y nada puede curar esa limitación personal más que la salud.
Pero, de la limitación hay que pasar a la libertad de poder vivir conscientemente aquello que se nos ha dado en la fe. ¡Yo se que mi Dios vive!, repite Job. Y esta experiencia de la cercanía de Dios, no sólo es un consuelo, sino el convencimiento de que más allá de nuestras limitaciones humanas está la fuerza de la propia dignidad como hijo de Dios. El hijo está enfermo, pero su padre, su madre, están a su lado y queriéndolo con toda el alma, aunque el enfermo no se de cuenta de ello.
Todo esto vale también para la familia del deprimido que, con mucha frecuencia, es la que ha de soportar la más dura carga de la incomprensión: ni comprende el sufrimiento de su familiar enfermo, ni se siente comprendida de su entorno social
ACOGER AL QUE LLEGA. ES UN HERMANO
Más que llegar al sacerdote y al consultor espiritual, al deprimido le traen. Él no es capaz de tomar decisión alguna. Ahora tenemos delante una persona entristecida, hundida en el desencanto, personalmente fatigada, la vida se hace cuesta arriba y librarse de ella sería la gran liberación, contagia pesimismo y tristeza, se considera un inútil e irrecuperable, carece de interés por nada, camina por este mundo en una angustiosa desesperanza con enorme sentimientos de culpabilidad...
Pero, para nosotros, esta persona no es un simple paciente con unos síntomas patológicos determinados. Esta persona es un hermano. Y como tal hay que recibirlo y tratarlo.
En el cuidado espiritual de esta persona debe estar siempre presente la compañía y la eficacia de la gracia de la adopción divina. En Cristo hemos sido reconciliados con el Padre (Rm 5,10). Dios nos recibe y quiere como somos: redimidos por Jesucristo y regalados con la presencia y gracia del Espíritu Santo.
Así, el primer escalón del tratamiento pastoral no puede ser otro que el de acercar a la persona deprimida a la fuente de la reconciliación: al sacramento de la penitencia. Proponérselo sin causar agobio y tratar de convencerlo de que con el perdón llegará la paz interior que necesita. (Nota: este párrafo me recuerda los simulacros de Juicios que se realizaban a los melancólicos en la Edad Media, con la intención de hacerles creer que habían sido perdonados y vencer sus ideas de culpa. En ocasiones contaban con ingeniosos efectos especiales y apenas producían una mejoría transitoria).
Las acciones pastorales más adecuadas, en este momento, son aquellas que hacen recibir el apoyo de la comunidad, sobre todo en la celebración de la eucaristía. El resucitado se hace presente entre los suyos, les habla y les da a comer el pan de vida, escucha sus oraciones y súplicas.
El cuidado espiritual y pastoral tiene que ir por el camino de un acompañamiento silencioso. Que sepa que alguien está a su lado. En primer lugar, Dios. También la Iglesia, que pide por él. Pero, sobre todo, su familia. Nunca mejor que ahora tiene que ser esa comunidad de vida y de amor. Tantas veces, con el que sufre, lo único que se pueda hacer es estar a su lado, como María, Juan y las mujeres junto al crucificado en el Calvario.
DE LA RECUPERACIÓN DE LA AUTOESTIMA A LA AYUDA DE LOS DEMÁS
Lo malo no es estar paralítico, ciego, sordo o enfermo, sino el no querer hacer nada por salir de esa situación. Hay que buscar el camino por el que pasa Cristo, y como no siempre puedes hacerlo solo, dejarse ayudar por aquellos que son buenos enfermeros de Dios: los que nos cuidan, atienden y sanan.
El apoyo de la familia y de la comunidad social y religiosa es imprescindible. La mejor ayuda a la persona que está sola es que se sienta acompañada. Por otra parte, el lograr que el deprimido entre en un espacio de oración puede ser un fuerte asidero para su desvalimiento físico y espiritual.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dijo el Señor. ¿Y si uno se quiere mal a sí mismo? ¿Si no se valora debidamente? Esto ocurre en la depresión: hay un notable déficit de estima autopersonal. El deprimido ha caído en la gran mentira de desconocer la verdad sobre sí mismo. Ahora está por recuperar el camino de la verdad, de los valores. Pero los valores, sin unas virtudes en las que se vivan y expresen, son pura fantasía. Habrá que ir reconstruyendo un comportamiento coherente y leal con aquello en lo que se cree y que deriva en un gran sentido moral de la conducta.
No se trata de una terapia voluntarista, de empeñarse en alcanzar una meta imposible, sino de salir de uno mismo para encontrarse con Cristo vivo y presente en cada uno de las personas que uno se encuentra por el camino. De hombre apaleado y caído, el deprimido se convierte en buen samaritano que busca los demás y en ellos se encuentra con Cristo, pues, como dice Juan Pablo II: “El hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con el hombre” (Redemptor hominis 8).
Ya no vale decir: ¿Para qué sirve todo lo que me está pasando? Sino que la actitud a procurar es bien distinta: ¿Qué puedo hacer por los demás? No tanto subrayar la queja ¿Quién tiene la culpa de todo este sufrimiento? ¿Porqué me pasa esto a mí? sino manifestar positivamente el deseo de ayudar: ¿Cómo puedo servir a los demás, aun con mí/sus deficiencias?
Si se ha perdido la autoestima, puede hacerse el ejercicio de buscar la identificación con un modelo completamente nuevo: Cristo. No vale la simple imitación. Se impone la identificación con Cristo. En el plano sobrenatural, la gracia realiza esa misteriosa identificación. Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí, como exclama San Pablo (Gal 2, 20).
Identificado con Cristo de esta manera, se fortalece la esperanza, que es precisamente la gran ausente en la vida del enfermo deprimido. De la pérdida de la autoestima a la estima de los demás. La fe no va a ser un remedio mágico para curar la depresión, pero sí constituye/contribuye a recuperarse uno mismo, cuando esa fe es viva y operante.
LA FAMILIA DEL DEPRIMIDO
La familia sufre cuando uno de los suyos está afectado de depresión. Por otra parte, se encuentran desorientados y confusos, pues aparentemente no hay causa alguna para la situación en la que se encuentra el deprimido. Habrá que extremar la comprensión y el acercamiento, tratando de acompañar y dialogar, compartiendo con él la oración y el apoyo espiritual. De poco van a valer las palabras y los ánimos que se les puedan dar con la buena intención de sacarle de su estado deprimido, pues cualquier decisión a tomar por parte de estos enfermos es prácticamente imposible. Sufren, no saben lo que les pasa, hacen sufrir a los demás y unos y otros se sienten desconcertados, indefensos y desamparados.
Aquí puede tener un gran papel pastoral que realizar el voluntariado y las asociaciones familiares, para transmitir a las familias de los afectados su apoyo, su acompañamiento espiritual y la colaboración material que fuera necesaria. En la pastoral familiar tiene que haber un capítulo especial para estas familias con este tipo de enfermos. Prestarles atención, apoyarles con la fe, promover asociaciones de familias afectadas, ofrecerles ayuda.
Por otra parte, la familia es el mejor terapeuta para el deprimido. Sin embargo, no es infrecuente la inhibición de la familia ante el deprimido que, con no poca frecuencia lo consideran poco menos que un “enfermo imaginario”. El apoyo de la familia es imprescindible. Pero aquí está el gran problema. Y es que, no pocas veces, el motivo de la depresión es la propia familia, sus problemas, su deseo estructuración, su práctica inexistencia... Una pastoral familiar adecuada es el mejor tratamiento preventivo para la depresión.
Escuchar, comprender, animar. Valorar siempre la persona. Ayudarle a participar. Hacerles ver que uno se siente a gusto a su lado y que, en forma alguna, consideran al deprimido como un farsante que finge enfermedad con intereses de comodidad o desesperanza.
Querer a las personas como ellas quieren ser queridas. No pretender que el enfermo cambie para que le vaya mejor a la familia, sino para que se sienta a gusto consigo mismo. Con pocas palabras, que simplemente con ver a la familia sepa que está a su lado, dispuesta a escucharle, a comprenderle y ayudarle. Dar cariño al enfermo, pero también recibir el que el puede ofrecer y hacérselo ver con gratitud.
En momento alguno pretender coherencia en el enfermo. Está triste y es incapaz de definir los motivos. Pedirle coherencia es atentar aumentar sus indefinidos remordimientos. Más que razonar, querer. En caso de dudas, siempre el mejor camino a seguir es el de la misericordia.
Ayudar a participar en la vida familiar, social, parroquial..., pero sin agobios. Que no le cueste mucho hacerlo. Que los otros lleven la carga, sin que el enfermo lo sepa. Dar la vida por él, pero sin que él lo note. Para el deprimido no hay preocupaciones pequeñas. Todo lo oprime como una enorme carga. Asumir esas preocupaciones como propias y no con el grado de la propia valoración, sino la que siente el mismo enfermo. “Hacerse deprimido con el deprimido”.
CUIDADO ESPIRITUAL Y PASTORAL
Me atrevo, ahora, y con unos términos un tanto interpolados, a ofrecer unas “recetas” espirituales y pastorales para el “paciente” de depresión; unos “específicos” para que la familia sepa cómo administrarlos y un seguimiento del “tratamiento” por parte de los agentes de la pastoral.
La misericordia de Dios es infinita. Mirando sinceramente a Dios se deshacen todos los sentimientos de culpabilidad. El dolor, ofrecido junto al de Cristo, es fuente de salvación para uno mismo y para los demás. Dejarse acompañar del Espíritu de Dios y, también, de alguna persona que sirva de guía y de apoyo. Seguir un itinerario progresivo de encuentro con Dios en la oración, para ver la realiad, no con los propios razonamientos, sino como Dios lo contempla y lo ama. Agarrarse al amor de Cristo y de la Virgen María, sintiendo su compa- ñía y su protección. El sentido de la vida no se va a alcanzar mirándose uno mismo, sino poniendo la mirada en Dios y en los demás.
Emprender unas relaciones nuevas con las personas para poder encontrar razones para vivir: ayudar a los demás. Tomar parte activa en algunos proyectos pastorales y caritativos, aceptando pequeñas responsabilidades, pero sin ningún tipo de agobio. Sentirse necesitado de los demás. La comunidad no puede prescindir de él. Es un miembro más. La Iglesia no es una sociedad de personalidades fuertes y brillantes. No hay que excluir cierta resignación positiva: aceptar las propias limitaciones.
Necesidad de ser de uno mismo, precisamente para encontrarse con su propia personalidad: un hombre para los demás. Ayudarle a saber encender las “luces largas” de la palabra de Dios que ilumina todas las cosas. Y disponerse a una gran generosidad: La vida es para los demás. Para gastarla en favor de los otros. No para dejar que se pudra en uno mismo. En una palabra: ayudar al deprimido a reconciliarse consigo mismo y aceptar la Buena Noticia como eficaz levadura de curación.
Como cristianos, no podemos dar a los demás otro pan sino aquel del que nosotros mismos nos alimentamos: el pan de la palabra y el pan de los sacramentos. No hay, pues, por parte de los agentes de la pastoral, que caer en la trampa del psicologismo, siendo terapeutas aficionados y pastores mediocres.
Tu amor alivia el dolor. Unas palabras que puede resultar tan hermosas como evasivas si no se les da toda la hondura que, desde nuestra fe cristiana, deben expresar. No hay nada tan comprometido y que tanto llame a la responsabilidad como el amor.
El amor, de quien sirve al enfermo, es acicate continuo para una formación permanente, para buscar todos los medios posibles que lleven a la erradicación de la enfermedad y a la curación del enfermo. El amor de quien sirve, se hace respeto exquisito ante la situación del necesitado, se aleja de cualquier forma de pietismo, resignación negativa o paternalismo. Por el contrario, ayuda para acercarse a la bondad de Dios, cuidador de todas las cosas, para la aceptación objetiva de la realidad personal y para abrirse al apoyo que otros puedan prestar.
Jesús ha respondido al problema del dolor asumiendo. Por eso, el anuncio del evangelio y el cuidado de los enfermos están indisolublemente unidos. No podemos por menos que traer a nuestra memoria a Cristo en el huerto de los olivos. El sufrimiento solamente tiene una justificación: la esperanza de llenarlo de vida, de una vida nueva. Y hablando de esperanza, recordar el feliz pensamiento de San Juan de Ávila, que llama a María “enfermera del hospital de la misericordia de Dios” (In Nat. V.M. III, 20)
S.E. Monseñor CARLOS AMIGO VALLEJO Arzobispo de Sevilla España
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