No podía tolerar que mi esposa acudiera todos los domingos a verle y que le susurrara cosas al oído, cuando a mi ya ni siquiera me dirigía la palabra. Admito que él era más joven y más delgado que yo: cómo iba a ignorarlo si tenía la desfachatez de pasarse todo el día semidesnudo, exhibiendo sus abdominales. Una mañana no pude resistir más tanta provocación y me acerqué al lugar de encuentro. A ella le descerrajé un tiro en el entrecejo. A él lo descolgué del crucifijo y lo hice astillas contra el suelo.
viernes, 14 de marzo de 2014
SÍNDROME DE OTELO
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario