Me trasladaron de inmediato al hospital aquejado de un dolor fuerte, aunque difuso, que podía localizar al mismo tiempo en las piernas, en la frente y en la boca del estómago, y que se acompañaba de continuos espasmos y vómitos. En estado febril, casi comatoso, me llevaron en volandas hasta una de esas consultas de Urgencias que parecen cajones de sastre. Había llegado el momento. Era imposible no imaginar cercano el final con toda su trágica comicidad: cacheteos de mejilla, evaluación de constantes, auxilios espirituales. De una manera enérgica y benevolente, pero que en ningún caso admitía objeción, me situaron ante la mesa dispuesta con los adminículos necesarios. Sentí durante un segundo que toda la amargura y toda la resignación de la existencia se cebaban en mí, que me aproximaba ineludiblemente a la otra vida. Y, sólo entonces, la enfermera hizo pasar al primero de los que parecían mis pacientes de la jornada.
Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961)
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