"Mirar las cosas de cara, ser capaces de sorprendernos, tener curiosidad y un poco de coraje; saber preguntar y saber escuchar; evitar los dogmas y las respuestas automáticas; no buscar necesariamente respuestas y aún menos fórmulas magistrales" (Emili Manzano)

jueves, 7 de julio de 2016

EL MANGO DE PARAGUAS

Faustino tenía, al igual que otros enfermos profundos, su "bolsa del tesoro". Una bolsa que contenía todas sus pertenencias que él llevaba a todas partes. A diferencia de la bolsa del tesoro de otros enfermos, compuesta por toda clase de cachivaches, cartas, restos de comida, la bolsa de Faustino contenía exclusivamente un mango de paraguas y una foto con un marco. Nadie estaba seguro de donde había sacado ni uno ni otra, y cuando le preguntaban por la foto el contestaba lacónicamente "madre". No estaba claro si el retrato realmente era una fotografía de su madre o era simplemente la foto que venía incorporada al marco, pero lo cierto es que Faustino la identificaba plenamente como su madre.

La rutina de Faustino era todos los días la misma: se marchaba al jardín del hospital, se sentaba cerca de un árbol en el límite entre el sol y la sombra y extraía de su bolsa el retrato. Lo miraba pausadamente, con cariño, lo besaba y posteriormente lo depositaba con sumo cuidado de nuevo en la bolsa. A continuación, sacaba el manco de paraguas y lo contemplaba a la luz del sol. Le daba vueltas y lo observaba desde todas las direcciones posibles, embelesado. La rutina continuaba hasta que llegaba la hora de comer. En cierto modo, Faustino era plentamente feliz pues estaba totalmente entregado a estos dos objetos y amaba con todo su ser lo que poseía, y no necesitaba nada mas. Era una relación especial : Faustino y su manguito de paraguas, el manguito de paraguas y Faustino, y siempre la foto de la madre

En esa época llegó al hospital un niño de 15 años, Luisito, retrasado mental. Su ingreso vino ordenado por "la superioridad", pese a que no es un hospital preparado para recibir subnormales. Su madre está gravemente enferma y ya no se puede hacer cargo de él. A Luisito se le ingresa en la unidad de profundos, probablemente la más segura para él de todo el hospital. Sin embargo, no puede dejar de llorar recordando a su madre.

Faustino, pese a sus limitaciones, es una persona que no puede soportar el sufrimiento de otro y se acerca a él, tratando de consolarle, pero Luisito sigue llorando. Tras unos momentos de vacilación, Faustino abre su bolsa del tesoro y le enseña su mango del paraguas y ambos se quedan contemplando sus destellos de ámbar a la luz del sol. Al final, Luisito intenta coger el manguito pero Faustino rápidamente lo esconde : todo tiene su límite

Con el tiempo, llegan a convertirse en grandes amigos, quedandose todas las tardes a contemplar el manguito de paraguas a la luz del crepúsculo.

Pasado un tiempo, sin embargo, Luisito comienza a aburrirse y la relación se enfría. Parece que se han olvidado

Entonces, un día, los parientes acuden al hospital a tropel a ver a Luisito. Su madre ha muerto. Tras la partida de su familia, Luisito se queda de nuevo sólo en el pabellón de profundos, llorando desconsoladamente. Una de las monjas trata de consolarlo

Faustino se acerca lentamente y pregunta qué ocurre.

"Ha perdido a su madre", contesta la monja

El esquIzofrénico queda perplejo. Acaricia a Luisito. Luego silencio. Al fin, un arranque aparentemente trivial, de los que pasan inadvertidos en la tierra, pero que retumban en las bóvedas del cielo como el tronar de mil cañones : Faustino regala a Luisito el mango del paraguas. El niño lo acepta y sigue llorando. Entonces, Faustino, con un gesto dolorido como quien separa los bordes de una herida, abre lentamente, muy lentamente, la bolsa y le entrega el retrato de su madre.


Concierto para Instrumentos Desafinados (1980), J.A. Vallejo-Nágera




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